El organismo del ser humano es capaz de adaptarse a las cargas o estímulos a los que es sometido. La carga altera la homeostasis (equilibrio) del organismo, y éste desarrolla adaptaciones para poder hacer frente a un nuevo estímulo que pueda recibir. Algo así como un mecanismo de defensa. La adaptación al entrenamiento consiste, por tanto, en una constante reequilibración del organismo ante los estímulos que provoca un estímulo externo.
Simplificando, es lo mismo que ocurre cuando nos acatarramos. Nuestro organismo ve alterada su homeostasis por culpa del resfriado y pone en marcha los mecanismos necesarios para hacer frente al mismo y superarlo. Las adaptaciones que sufre el organismo hacen que, por unos días, sus defensas estén aumentadas. Es decir, se adapta por si un nuevo estímulo simular vuelve a “atacar” el organismo. Con el entrenamiento ocurre algo muy similar. Esto es lo que se conoce como el Síndrome General de Adaptación de Seyle.
El agente estresante rompe la homeostasis (choque) y el organismo pone en marcha los procesos necesarios para restablecerlo (antichoque). El organismo se ha adaptado al agente estresante y puede hacerle frente en la fase de resistencia (2). Si no existen nuevos estímulos se pierden las adaptaciones (3).
Otra de las leyes básicas que está relacionada con el concepto de adaptación al ejercicio es la Ley del Umbral. Según la misma, cada persona tiene un umbral mínimo de estímulo por debajo del cual no se producen adaptaciones y un umbral de máxima tolerancia, por encima del cual el organismo no va a asimilar el estímulo por ser excesivo.
Estos umbrales están condicionados por dos factores principales: por un lado, la dotación genética, es decir, lo que hemos heredado de nuestros padres, y por otro, el nivel de entrenamiento adquirido, es decir, cuánto y cómo hemos explotado dicha herencia.
Aunque estos conceptos pueden considerarse como parte del A-B-C del entrenamiento deportivo, suelen saltarse a la torera en multitud de ocasiones. Uno de los casos que más sangrantes que se repite en el mundo del entrenamiento deportivo es el de copiar el entrenamiento de Fulanito o Menganito. Cuando vemos que Fulanito ha logrado aquello que nosotros deseamos, tenemos la tendencia de copiar lo que hace, con la ilusión de llegar donde fulanito ha llegado. Desgraciadamente, pocas veces lograremos el objetivo, ya que, seguramente, nuestro potencial genético y nivel de entrenamiento no serán los mismos que los de fulanito, y por tanto, los estímulos de entrenamiento no tendrán los mismos efectos.
Esta es una de las razones por las que deberías alejarte de ese «lado oscuro» que te llama a «fusilar» entrenamientos, y confiar en un profesional cualificado que sepa administrarte los estímulos necesarios para que logres las adaptaciones que estás buscando.
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